No era un fantasma quien surgió entre la niebla. Partiendo de la base de que no creo en la posibilidad de que los haya, aquella presencia surgida como por encanto de la espesura blanda que apretaba los troncos de los árboles, me causaba más inquietud y miedo precisamente por esa circunstancia. No era un fantasma, los fantasmas no existen, los muertos no vienen a perturbar los sueños de nadie. Trataba de justificar aquélla presencia, trataba de hacerla creíble al menos, de entenderla bajo los parámetros de la racionalidad. El silencio chirriaba y hacía crujir las ramas secas caídas que alfombraban el suelo. No eran mis pies, yo estaba detenida mirando quietamente, sudando miedo. Mientras aquella figura surgida de la nada de la profundidad del bosque, del silencio, fue creciendo y agarrotándose a mi cerebro, aferrándose a mis nervios, distorsionando la realidad y creando un inconmensurable miedo al que ya comencé a distinguir como a un fantasma.
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