“Pertenecer es vivir”. Clarice Lispector
“Casi logro visualizarme en la cuna, casi logro reproducir en mí la vaga y no obstante apremiante sensación de necesitar pertenecer. Por motivos que ni mi madre ni mi padre podían controlar, yo nací y resulté tan solo nacida.
Sin embargo fui preparada para ser dada a luz de un modo muy bonito. Mi madre estaba ya enferma y, por una superstición muy difundida, se creía que tener un hijo curaba a una mujer de su enfermedad. Entonces fui deliberadamente creada: con amor y esperanza. Sólo que no curé a mi madre. Y siento hasta el día de hoy esa carga de culpa: me hicieron para una misión determinada y fallé. Como si contasen conmigo en las trincheras de una guerra y yo hubiese desertado. Sé que mis padres me perdonaron por haber nacido en vano y haberlos traicionado en la esperanza. Pero yo, yo no me perdono. Querría que simplemente se hubiera cumplido el milagro: nacer y curar a mi madre. (…)
La vida me hizo de vez en cuando pertenecer, como para darme la medida de lo que pierdo al no pertenecer. Y entonces lo supe: Pertenecer es vivir.”
No hace falta que diga que amo a Clarice Lispector. Desde la primera palabra que escribe hasta su última gota de tinta es paladeable. Pero en este pequeño texto, perteneciente a un cuaderno de notas que no completó, expresa con pocas palabras un sentimiento muy generalizado entre las mujeres y sobre todo entre las que son de mi generación.
Ella se siente triste o culpable o ambas cosas a la vez, por no haber podido salvar a su madre de la enfermedad que al final le daría la muerte. Y al hilo de sus palabras me pregunto cuántas mujeres de mi generación hemos sentido lo mismo ante la expectativa de futuro que nuestras madres estaban diseñando para nosotras, para ellas mismas, pensando en su futuro, en su propio presente? No era la salvación de sus vidas ni la solución de nuestro “porvenir”. Era la curación de sus mediocres tic impertinentes. Saltar las medianías y pasar a la acera de enfrente, donde estaba la realización de sueños que no cabían en sus propias mochilas. Donde estaba la superación de sus propias vidas idealizadas en nuestras mentes, nuestros cuerpos, nuestras diferencias.
Hago esta lectura tal vez interesada y análisis egoísta del tema. Donde está la vida de la hija, creada y diseñada para evitar en lo posible la muerte física de la madre, pongo que lo que la hija viene a salvar es la propia capacidad intelectual de la madre, su sueño de independencia y libertad, su ansia por querer escapar del círculo que la oprime. Y siento que si la hija no fue capaz de salvar a la madre de aquéllas penurias, realmente el nacimiento de la prole no ha servido de nada o de bien poco. Y lamento profundamente que al día de hoy muchas hijas e hijos han nacido, han crecido, se han casado y multiplicado la especie, mientras sus madres han seguido muriendo nada más darles la vida.
No física. Intelectualmente. Las madres de estos hijos viven, pero no pertenecen.
el amor es el único y último recurso que nos queda para salir ilesas de la vida
EL AMOR ES EL ÚNICO Y ULTIMO RECURSO QUE NOS QUEDA PARA SALIR ILESOS DE LA VIDA
En mi casa había un libro. A decir verdad, había tres
Hay versos que se escriben cuando se han acabado las palabras.
viernes, 29 de abril de 2011
domingo, 24 de abril de 2011
La Mirada Verde y Triste de Sotiel
Sotiel tiene la mirada verde y los ojos tristes. Y se sigue asombrando del silencio y sigue recibiendo a los que vuelven de sus pequeños éxodos forzados o fortuitos con un recogimiento de altar y un amor de precioso tesoro.
Estábamos allí algunos de los que viviendo cerca nos alejamos demasiado en un tiempo de esperas dilatadas carentes de justificación. Y otros que estando lejos, a muchos kilómetros de distancia, aprovechan el vuelo de un suspiro para perderse de nuevo en sus silencios, recuperar visiones, verdores, inquietudes de tierra, roces de cuerpos con los que alguna vez nos quisimos enredar o a los que quizás quisimos parecernos.
Sotiel, como una buena tierra, excelente y sensible, no nos rechaza a nadie. Nos sigue amando aunque a veces le duela nuestra distancia, el despego injustificable que no admite excusas.
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