el amor es el único y último recurso que nos queda para salir ilesas de la vida

EL AMOR ES EL ÚNICO Y ULTIMO RECURSO QUE NOS QUEDA PARA SALIR ILESOS DE LA VIDA

En mi casa había un libro. A decir verdad, había tres


Hay versos que se escriben cuando se han acabado las palabras.

viernes, 23 de julio de 2010



Una sencilla declaración de amor, cada día, es un mirada oportuna, aunque sea hecha con disimulo, hacia el lado en el que descansa la flor, mientras la mente atraviesa los problemas, como un cuchillo se hunde en la fruta madura, y los hace desaparecer.

jueves, 22 de julio de 2010

Los dos extremos de un todo



Casi todo sucede así, sin darnos cuenta.

¿Alguien puede decirme dónde está el principio y dónde el final?

Sin embargo, cuando comenzamos un ovillo lo hacemos con la intención de que nada escape al control de nuestras manos. Al final solo hay que tomar el hilo por su extremo exterior y comenzar a desbaratarlo.

Siempre podemos llegar sin sobresaltos al otro extremo del hilo

Programa 45: Sala de psicopatología « ¿Quieres hacer el favor de leer esto, por favor?

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miércoles, 21 de julio de 2010

Palabra de Lispector


ACORDARSE

"Muchas veces escribir es acodarse de lo que nunca ha existido. ¿Cómo conseguiré saber lo que ni siquiera sé? Así: Como si me acordase. Con un esfuerzo de "memoria", como si yo nunca hubiese nacido. Nunca he nacido, nunca he vivido: pero yo me acuerdo, y ese recuerdo está en carne viva".

(Clarice Lispector)

TODOS LOS TIEMPOS SON PASADOS



El género humano tropieza siempre con las mismas letras.
Al final sólo le quedará un molde y un resentimiento. Si le queda memoria, también tendrá recuerdos.

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martes, 20 de julio de 2010

UNA VISITA A SOTIEL



Lo bueno de no estar allí es que puedes volver cuando quieras.

Y un día te levantas decidida y te vas, o ya lo tienes planeado, da lo mismo. Todo depende de tomar la decisión y enfilar el camino. La carretera es buena, no como antes, el camino se hace ameno, y cuando vas llegando, bajando hasta el valle, después de las últimas curvas, cuando sabes que tras aquel monte mordido por una ambición extranjera con mano de obra local está el pueblo, ya todo ha cambiado. Los olores, la vegetación, el color de la tierra y el del cielo, el agua que lleva restos de increíbles tonalidades, el puente que se mantiene orgulloso asomando una piedra milenaria bajo sus desconchones, su historia y un reflejo siempre permanente sobre el agua que pasa dormida entre sus arcos.

Sotiel. Es como saber que tienes una posesión importante y fabulosa, algo inusitado que te atrae sin preámbulos y que al mismo tiempo que te retiene, se ofrece sin reservas. No sé si el mismo influjo que me cautiva lo ejerce sobre los otros miembros de la comunidad. No sé si los que están permanecen bajo la misma influencia o los que llegan van predestinados como yo a sufrir la catarsis del reencuentro. Pero la verdad es que todo es distinto allí para mí.
Es como si cada piedra tuviera un secreto que está pidiendo ser contado o en cada pino silencioso se ocultara el alma de un pasajero del tiempo que no se fue del todo.

De entre los pocos habitantes que permanecen hay uno especial. Tal vez se fue y volvió, decepcionado; tal vez nunca se marchó. No sé quién es, pero tiene un blog en el que se llama a sí mismo “Sotieleño”, como única seña de identidad. No dice nunca nada de él, no se sabe si es un hombre mayor o un joven, aunque parece conocer la historia y los personajes y cada piedra y cada camino, y que le haya puesto nombre a los pájaros, uno por uno. Calcula la hora de la salida del sol, sabe cuando se ocultara cada día definitivamente, detrás de qué picacho. Observa los movimientos del que llega y del se va, al menos los míos. Después escribe en su blog las incidencias del día.
Hoy ha escrito: “has venido sola y te has marchado pronto. ¿Algún problema?”

No sé quién es. Le he pedido alguna vez que me lo diga, pero no contesta. Ya no le insisto más. Pero ahora cuando llego tengo algo más en qué pensar. ¿Estará mi “voyeur” mirando mis pasos, observando mis movimientos? Debe vivir cerca de mí, su casa y la mía no pude estar muy lejos, ¿pero quién es? Si apenas queda nadie viviendo aquí. Es un viejo, no pude ser alguien joven pues relaciona gente con episodios difícilmente reconocibles por alguien que no haya cumplido los sesenta o setenta años. ¡Pero si ya no quedan ni viejos! ¿Quién es el “Sotieleño”?

Creo que es la persona más increíblemente enamorada de su pueblo que haya existido nunca. Y sé que lo es porque entre sus palabras y las mías, no cabe ni una sola sensación diferente. Mido su capacidad de amar por la mía propia y sé que no me engañaré si afirmo que sea quien sea debe ser un hombre bueno.

lunes, 19 de julio de 2010

NOS LLAMAREMOS POR NUESTROS NOMBRES

Nos llamaremos por nuestros nombres
o por aquellos que nos hayamos inventado,
llegaremos por los caminos de costumbre, tomaremos atajos
y seremos absurdos transeúntes de una noche sin luz
que andábamos buscando a la intemperie.
Cerraremos los ojos y alguna silueta se nos hará presente
entre canales, y en el relieve revelado un silencio con formas
imperfectas nos hará compañía y jugará al escondite con las sombras.
Siempre seremos fieles para nosotros mismos.
No cabe en nuestro sino el fraude ni el engaño
ya que solo nos vemos si cerramos los ojos
y entonces es nítida la forma de nuestras siluetas
pues todo lo que somos lo hemos inventado.
Pero siempre al final nos encontramos. Si cerramos los ojos
la silueta de lo que queremos se nos ofrece nítida y perfecta.
Tal vez siempre todo sea eso, inventarse cada día,
redescubrirse siempre y en el mismo momento mirarse con asombro
Creí haber olvidado la irritante canción de las chicharras
y he aquí que las vuelvo a escuchar tronando,
-debe ser un coro- ... Ver más
lamento esquizofrénico el de la triste y chillona
voz de las cigarras que se clavan en la luna del postigo
sentadas a descansar en el umbral del alba.

Se me olvidó que he muerto
que recogí mis restos sin atar y los eché a la espalda.
Debió ser un olvido pasajero.

Se me olvidó olvidar lo que se debe
para que no duela el tiempo del olvido.
Por eso ha vuelto la voz de la chicharra a disonar
y se ha sentado ante mi puerta a despertar
mi sueño de la muerte.


Lo único que podía hacer era dejar mi alma en prenda, pero estoy acostumbrada a llevarla conmigo y no sé qué pasará si me desprendo de ella.