el amor es el único y último recurso que nos queda para salir ilesas de la vida
EL AMOR ES EL ÚNICO Y ULTIMO RECURSO QUE NOS QUEDA PARA SALIR ILESOS DE LA VIDA
En mi casa había un libro. A decir verdad, había tres
Hay versos que se escriben cuando se han acabado las palabras.
jueves, 30 de septiembre de 2010
BANDAS BLANCAS
Bandas blancas, rayas amarillas, silencio, soledad y caos, claustrofobia, imagen vertical del mundo, metamorfosis lineal, hierro y desesperación. Silencio, bulla, pasos, intimidación, catarsis, miedo. Calor. Frío. Indiferencia. Ojos cerrados, miradas ajenas, perdidas, ojos que miran sin ver nada más que un camino fijo y repetido. Escaleras empinadas, hierro forjado negro. Oficinas clandestinas, traficantes de sueños, desolación, tristeza. Máquinas, máquinas, máquinas. Prisa, ruido, indiferencia. Mundo subterráneo, superficies planas, kioscos de prensa, se vende, se vende, no compro, no vivo, no sueño, me voy, me quedo, quiero trabajo, había una promesa, silencio, tardo, llego tarde. Llego. Caminos blancos, duros, asfalto y margaritas. Casas de noches nacientes. Oscuridad iluminada de rayos, ruido, confusión, pasos acelerados, pasos cortos y precipitados, zancadas de avestruz, caminos de asfalto, suciedad, luz, oscilación, dudas, decisiones, me voy, termino. No. Me quedo.
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miércoles, 29 de septiembre de 2010
NO ES MI GUERRA
No es mi guerra. No es mi casa ni mi ciudad ni mi gente ni mi sangre ni mi dolor ni mi batalla. No es mi paz ni mi tregua ni mi día más gris ni mi rabia ni una señal de alarma ni mi miedo ni mi taza de té ni mi grito de auxilio ni una parada al borde del cansancio. No me intimida ni me perturba ni me descuida ni desazona mis pulsos acelerados. No marca mis horarios ni escribe mis discursos ni le pone el aceite a mis tostadas. No anda en mi camino ni se pierde en mis dudas ni aconseja mi rumbo cuando lo estoy perdiendo. Pero en algún momento se me queda mirando cuando cree que no lo advierto y rectifico toda mi jornada. Cambio el rumbo y desoigo los consejos, deshago el camino comenzado y le quito el aceite a las tostadas y le pongo la sal y todo se convierte en un milagro. Y entonces es mi guerra y despierta con ruidos mis mañanas y se queda a vivir en mi cueva y pasea sin prisas por mi sangre y se busca un hueco en mi dolor y lo amortigua y apaga las señales y enciende el faro para que solos, sin muchas disciplinas ni razones, boguemos despacito hasta su puerto.
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lunes, 27 de septiembre de 2010
LA NOCHE DEL COMETA.
LA NOCHE DEL COMETA (1ª)
Al pasar ante el espejo se miró y sonrió como una costumbre, sin darse apenas cuenta de lo que hacía. Efectuó un rápido reconocimiento sin detenerse en detalles, rutinario, ineficaz y absurdo.
Ni siquiera se veía reflejada en el bulto amorfo y desigual que contemplaba el espejo del pasillo. Pero si hubiese tenido necesidad de verse no se habría reconocido en la mirada perdida y sin brillo que le devolvió el cristal.
Si se hubiese dedicado un minuto más de tiempo, si hubiese tenido un poco de generosidad al contemplarse, si supiera lo que iba a hacer después de cruzar el umbral, habría tenido oportunidad de verse como en realidad era. Tal vez se hubiese detenido a tiempo.
Pero como siempre, se ignoró por completo. Así no pudo ver que la imagen real que contemplaba el espejo no era en absoluto la que ella se figuraba lucir cuando, sin verse, sólo se imaginaba ser lo que quería
LA NOCHE DEL COMETA
Epílogo
Era una noche distinta y extraña aquélla noche, aunque parecida a todas las anteriores en el formato de calor insufrible y terco, con vaharadas de aire caliente que penetraba en los entresijos de los instintos. Habían pasado muchas noches entre ésta y aquélla otra que no consigue olvidar, pero no había sucedido nada digno de recordar; sólo que ella creyó morir, que su reloj, en muchos momentos, se paraba. Había subido la temperatura considerablemente, el cielo se veía altísimo, intensamente negro y estrellado. Había un brillo especial en las luces de la calle, un brillo salpicado de opacidad y hasta el silencio parecía estar expectante de algo inaudito que estaba por ocurrir.
Parecía reflexionar en la grandiosidad de aquélla noche cuando fijó los ojos en la bóveda inmensa, brillante y negra que se sostenía sobre el mundo, y se sintió pequeña hasta la enormidad, insignificante y nula. Pensó que el hombre no podría nunca ser tan perfecto como todo aquello. Y entonces fue cuando lo vio, mayestático y hermoso ante la nebulosa de su estela plateada.
Solo, errante, por los siglos de los siglos. Y supo que un hombre sólo, una mujer, solos bajo aquella noche, como estrellas sin luz y extraviados entre millones de estrellas, no son nadie, no son nada. Apenas dos migajas de una nada enorme, perdidos en una enorme soledad desértica.
Y sintió algo indescriptible en su interior, como si de pronto se reconociera en una edad lejana, cuando aún se sabía una romántica incorregible, cuando aún era rebelde y subversiva y guerreaba en las calles y portaba estandartes y gritaba consignas y se sentía capaz de cambiar el mundo y sus sistemas, porque sabía que vivían en un mundo imperfecto y soñaba con hacer otro maravilloso, como si de la nada de un sueño pudiera cambiar las cosas…
…Y comenzó a elevarse sin despegar los pies del suelo hasta alcanzar al cometa que la esperaba solo en la altura, en la bóveda estrellada y negra del firmamento.
domingo, 26 de septiembre de 2010
LOS RUIDOS DEL SILENCIO
Cuando no hay otros ruidos que los del silencio, todo cruje en la vieja casa.
Parece que los muebles se quiebran y se quejan con la debilidad de una tos de viejo con los pulmones como piñones y negros de nicotina.
Y las paredes estallan, se agrietan doloridas de soportar tantos años la misma silueta, erguida pero destartalada.
Cuando no hay otros ruidos que los del silencio, solo los fantasmas se atreven a hacerme compañía.
Ellos son los que provocan que el silencio se rompa con los débiles quejidos de los viejos enseres en la destartalada mansión que me habita.
EL TREN. (lA LIBERTAD, EL SUEÑO. EL REFUGIO)
Me siento a mirar desde la acera cómo los pasajeros van marcando el paso camino de la estación, con prisas o indolencia, dependiendo del horario en su reloj, del tiempo que le queda para la partida. La estación queda cerca. Apenas veinte pasos y comienza la rampa de acceso y después de aquello, la libertad. El sueño. O el refugio.
Yo una vez perdí el tren. Lo vi alejarse y creí que me huía, que no quería entretenerse en subir conmigo cuesta alguna. Después secundé a menudo aquél acto de verlos pasar sin insistir en subirme a ellos, pensando que así burlaba la espera de los trenes y de paso me vengaba de ellos por aquélla vez que me dejaron en tierra, agitando un pañuelo de desesperanza.
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