Mi cabeza de nieve, tu corazón de viento,
tu paladar de azúcar y mis manos de arena haciendo hueco
para sembrar espigas que morirán irremediablemente.
Ya queda poco tiempo para las diferencias.
Nunca seremos dos. Seremos, eso sí, uno sin tiempo y otro sin cumplir
el tiempo que le falta a lo que pudo ser un sueño cuajado en duermevela.
Seremos por siempre jamás desconocidos
y marcharemos desunidos sin recuerdos. Nuestra común identidad
será alguna palabra carente de sonidos, escrita en un renglón oculto
en la amalgama de un libro que alguien escribirá, sin duda,
sobre el viento de nieve de un corazón que muere viejo y resentido
y el paladar de azúcar de una espiga torcida
que indica el rumbo equivocado a las hormigas que cubrirán mis ojos
y mi miedo.