el amor es el único y último recurso que nos queda para salir ilesas de la vida

EL AMOR ES EL ÚNICO Y ULTIMO RECURSO QUE NOS QUEDA PARA SALIR ILESOS DE LA VIDA

En mi casa había un libro. A decir verdad, había tres


Hay versos que se escriben cuando se han acabado las palabras.

lunes, 18 de enero de 2010



El portafotos de madera

Confieso que me encuentro en una situación muy incómoda. Cada vez que paso por delante me sigue con la vista, pasea la mirada por mis pasos, me mira de arriba abajo y de abajo arriba como si me estudiara o desconfiara de mis intenciones. Después de tantos años no me parece lógico. Ni lógica ni decente su postura. Será que al envejecer se está volviendo un viejo verde y descarado. Pero no lo creo en él, tan serio siempre, tan consecuente, tan comprometido y sobre todo, tan muerto…
Cuando era más joven lo tuve en un poster y lo puse en la pared de mi cuarto. Igual que otras chicas cuelgan las fotos de sus actores o cantantes preferidos, sus guapos de ocasión, yo tenía dos poster en mi cuarto. Uno de Ernesto Che Guevara y otro de Albert Einstein, los dos en blanco y negro, enormes y al lado de la cama que quedaba pegada a la pared. Los convertí en mis símbolos a cada uno por un motivo diferente, y cuando me hice mayor, formé mi hogar y tuve mi familia, los empequeñecí, los reduje a la mínima expresión de una fotografía y los puse en el estante de los libros, mezclados con las fotos de la galería familiar.
Y siempre han estado ahí, protegidos del olvido, resguardados tras su cristal como elementos inviolables y tan necesarios para ser siempre tenidos en cuenta. Pero últimamente estoy notando cómo el bueno de Albert se comporta de forma extraña. Y estoy preocupada porque la labor de una fotografía es la de mantenerse en su sitio, guardar la compostura en todo momento, nos salirse de su guión, no cambiar el rictus, el gesto de tristeza o de alegría, ser siempre el mismo. La misma cara con igual sonrisa.
Pues él no. Será que hace poco cambié su marco por otro que me parecía más bonito. Aquél ya estaba viejo y se vencía por uno de sus lados. O será que observa cómo miro la foto del Che con ojos distintos, con una mirada diferente a la que lo miro a él y eso lo irrita. Pero siempre ha sido así, no sé porque ahora se comporta de este modo. Él debe reconocer que cada uno representa algo distinto y no es la misma emotividad la que me lleva a quererlos y a tenerlos siempre a mi lado.
Pues hace días que vengo observando que cuando estoy por la sala me sigue con la mirada como si quisiera desnudarme. Hace gestos de burla con descaro y me saca la lengua cerrando sus ojillos pequeños y picarones. Lo último –casi no podía creerlo cuando lo vi—fue alargar el cuello hasta lo indecible y sacar la cabeza del marco para saber con quién estaba hablaba estando fuera de su campo de visión.
Me encontré ridícula hablando con la foto y afeando su conducta. Le estaba hablando en serio, con una cierta tristeza, apenada de ver su comportamiento.
“Albert, Albert, querido, sé razonable y no me hagas quedar como una loca. Ya sabes que todo en esta vida es relativo, y no creas que quiero más a Ernesto, sólo lo miro de forma diferente. Además, ya sabes que me gusta mucho más el olor de tu pipa que el de su habano…”
Lo vi guiñar un ojo y me alejé tranquila. Espero haber solucionado este problema. Si no es así, tendré que pedir a Ernesto que le diga algo, a ver si a él, que es más serio, le hace caso.

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