el amor es el único y último recurso que nos queda para salir ilesas de la vida
EL AMOR ES EL ÚNICO Y ULTIMO RECURSO QUE NOS QUEDA PARA SALIR ILESOS DE LA VIDA
En mi casa había un libro. A decir verdad, había tres
Hay versos que se escriben cuando se han acabado las palabras.
jueves, 31 de diciembre de 2009
Enero
Enero despertó después de un largo eructo de champán con burbujas
y vomitó la poca vida transcurrida sobre un sucio inodoro que se tragó su asco.
Fue una larga noche aquélla de más de trescientos sueños
Encadenando vidas, proyectos, borracheras… Fue una larga noche aquélla.
Enero se incorporó después del llanto, se despobló de brumas,
Se alisó los cabellos,
Se deshizo del manto de nieve gris que lo cubría
Y se dispuso a ser un hombre nuevo, un año nuevo que sin saber qué hacía,
Comenzaba un camino de ida sin regreso.
Pero Enero no es hombre ni mujer ni hermafrodita.
Es un niño nonato que aún no sabe de prisas
y se adentra sin miedo en un paisaje
Desconocido y yermo
Y pisa con temor desconocido el terreno que pisa.
Se clava las aristas, se duerme sobre el fuego,
se resquebraja y muere de añoranzas
Cuando apenas comienza a conocer un día nuevo.
Y de pronto es un compás de espera acelerado
Y un libro sin páginas y mal enumerado
Y un idioma que nadie se ha inventado
Y una Nada completa que carece de historia.
Desde aquí hasta el final, desde este primer día y hasta la última hora,
Todo cuanto puede alcanzar su memoria es que echaba la vida
Sobre un inodoro ennegrecido y sucio vomitando la noche.
Todas las noches, todas las vidas, una tras otra
como si ninguna otra cosa hubiese sucedido.
En Sotiel, leyendo a Pessoa
Lo cierto, creo que lo podría aseverar, es que el término “soledad” es más una razón mental que física, más un estado de ánimo que una realidad corpórea y visible. Cuando aparentemente estamos solos y aislados, completamente solos, como yo en estos momentos, podemos sentirnos absolutamente bien, y no es que no necesitemos la presencia de alguien, sino que exactamente como estamos es como queremos estar y como únicamente podemos sentirnos bien. Nos pasa a todos. Y tal vez, como ahora también, de quien mejor podemos estar cerca es de un perro vagabundo osado, impertinente, que se cree con derecho a preguntar no sé qué cosas…
La otra compañía que me mantuvo absorta hasta hace unos momentos fue la grata lectura de un libro de Pessoa, cuyas líneas han sido las que en cierto modo han originado y alentado estas expresiones escritas. Mientras leía me había llamado poderosamente la atención un párrafo entre toda la densa e interesante lectura, y me he detenido ahí leyendo y releyendo una y otra vez, como si no comprendiera bien o el argumento fuese tan profundo que mi escasa edad mental era incapaz de discernir con la más mínima lógica.
Decía Pessoa, completamente en serio:
“Sin duda en algún otro lugar es donde se pone el sol. Pero hasta en un cuarto piso abierto a la ciudad podemos soñar el infinito. Un infinito con tiendas debajo, ciertamente, pero con estrellas al fin. Es lo que me sucede en este acabar de la tarde, asomado a la alta ventana, insatisfecho del burgués que no soy, y triste por el poeta que nunca podré ser…”
jueves, 24 de diciembre de 2009
EL VIENTO
El viento sopla a rachas con fuerza de huracán y a ratos se detiene como tomando aliento para impulsarse de nuevo con vehemencia. Los árboles agitan sus ramajes más viejos y fuertes, y sus débiles tallos hace ya tiempo que saltaron al aire chocando violentamente contra lo que encontraron a su paso, en su camino. El viento se detiene pensativo como un peregrino cansado que a cada tramo toma aliento y retoma el camino con más fuerzas.
El viento, insolente como un viejo descarado, impertinente y soez me levanta las faldas, me agita el pelo, me enciende los colores en la cara. Pero este viento de ahora no es el descarado que se asoma y se esconde, burlando, persiguiendo, engañando a las niñas que bailan solas. Este tiene la furia de un ciclón devastador y profano, es como un dios al que no se le ve, pero del que se sienten sus daños, se sufren sus condenas, se padece su ira, su cólera y su miedo.
…El miedo. Qué curioso que dije el miedo. Es como si aceptara que el viento tiene con sus componentes un alto nivel de miedo oculto entre sus bravatas, del mismo modo que muestra su cara violenta y arrolladora. Ese tanto elevado que el viento guarda de su cobarde presencia, es el que le hace ir como un fugitivo entrando por las rendijas sin mostrarse abiertamente, con sigilo y provocando al mismo tiempo el miedo que se guarda temeroso para que nadie le descubra.
Cuando el viento es temeroso e irresoluto y avanza azorado con miedo a ser descubierto, produce el mismo efecto esotérico del frío indescifrable, como si la piel clandestina de un reptil se hubiese deslizado veloz y subrepticiamente por la sensible dermis originando esa desagradable sensación de escalofrío que nos recorre en vertical desde la zona occipital hasta las uñas de los pies.
El viento, el asesino… También el asesino cuando es huracán y está descontrolado. ¿Pero quién puede controlar al viento? ¿Quién puede manipular su furia, administrar su ira, conducir sus recursos, procesar sus devaneos lujuriosos? ¿Y quién puede pedir justicia al viento? ¿Responsabilidad por sus quebrantos? ¿Daños y perjuicios por los estragos causados, por las calamidades obtenidas por la iracundia de sus latigazos?
Cuando el viento amenaza no es un bravucón que se jacta, pendenciero; ni el humilde y dócil elemento que se muestra respetuoso de la orden recibida por las fuerzas oscuras que dirigen su conducta, que originan su maldad y lo convierten de suave y benigno aire puro, en altivo e insolente viento del demonio. Cuando el viento amenaza está rindiendo tributo a las potencias naturales que lo impulsan. A sus dioses, a los robustos y excelsos poderes que lo mantienen vivo a cambio de las víctimas inocentes que les presentan para ser inmoladas en el altar de las estúpidas ofrendas.
El gran chantajista jugando con ventaja, manipulando el aire con sus trapicheos indecentes, alterando los ritmos de la vida, permutando vidas y sueños por el cambio ventajoso de lo que quiera pedir en el canje. Y el viento habla con el aire.
--Me llevo el vendaval y te dejo dos víctimas…
--¿No puedes irte sin llevarte nada?
--Dos niños.
--Por dios, no. Un adulto… un viejo.
--Dos niños…
--Me llevo la ira, ya te lo he dicho… y dos vidas. Lo que señale mi dedo o no hay trato.
El viento, el asesino no entra en negociaciones. Asola lo que puede, lo que encuentra a su paso. Destruye, arruina, extingue, saquea y aniquila.
Después se va. Pero antes ha derribado la cornisa que daba sobre el patio, el muro entre dos bloques de viviendas que nadie tuvo reparos al ver cómo oscilaban, algunos árboles de la alameda cercano al parque donde algunos niños jugaban distraídos. Mañana, tal vez dentro de un rato, cabizbajos y vencidos, haremos el recuento y sabremos cuantas víctimas hemos pagado por ello. Para que el viento por fin nos abandonara.
miércoles, 23 de diciembre de 2009
Para que la historia continúe debió haber tenido un final. Un punto y seguido, un momento en que algo se interrumpiera, un ruido que nos pusiera en alerta.
Pero la histotia no continúa, no sigue. La historia recien ha comenzado y quien se puso a escribirla no planteó estrategias, no diseñó posibles finales, no buscó alternativas. A los protagonistas los desposeyó de leyenda, a los malos los invistió de poderes infinitos, a los inocentes y a los débiles solo les dió armas para la no violencia. Armas con las que solo podian acariciar el cielo.
La historia será un momento pero dejará mártires y muertos en el camino. Y entre tantas historias y leyendas y muertos y mártires, nadie se acordará de ella pasado algún tiempo.
alguien sí, alguien la recordará. No sabemos con qué lectura, bajo qué argumentos, con qué emoción, pero alguien la recordará. Muchos la recordaran. Estoy segura.
martes, 22 de diciembre de 2009
EN SOTIEL, LEYENDO A PESSOA
Desde aquí y desde estos sentimientos de soledades y lejanías y sin deseos de acercarse a nada terrenal que no sea el propio terruño abrupto, pero dócil y amansador, exquisito sostenedor de traumas y desarraigos, se hace difícil entender que puedan existir otros mundos, otros lugares donde se están desarrollando guerras, donde se muere de hambre y de epidemias, aún a estas alturas, y donde el descontrol del egoísmo humano ha conseguido acelerar la pérdida de todos los valores. Es casi imposible alcanzar con la imaginación la realidad de esos mundos exteriores a los que nos enfrentamos cuando ponemos la televisión en un rasgo de heroísmo individual y colectivo, de forma maquinal o plenamente conscientes de nuestros actos. Desde aquí es fácil magnificar la visión de cualquier escena violenta, porque a la naturaleza no se le pueden atribuir tragedias. Es a la consecuencia de los hechos de los hombres a los que se les debe poner todo tipo de reparos, ya que él actúa por propia voluntad, y es creer que eso es posible lo que se le hace difícil a la comprensión, al corazón y a la voluntad.
Si pudiera evitar saber que esto también es engañoso no me movería jamás de este recinto. Seguiría por siempre jamás aquí aplastada bajo el peso del enorme silencio, clavada a plena conciencia en esta enorme soledad de piedra. Por eso voy y vengo, alternando ficción y realidad, impregnando mis neuronas de campo y libertad y volcando en la ciudad los excrementos sanos que contienen mi aliento y mis zapatos.
Facebook | Fotos de Carolina León - Cargas con el móvil
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Hay que vivir para seguir viendo caritas, gestos, sonrisas como estas.
Hay que vivir para seguir viendo caritas, gestos, sonrisas como estas.
lunes, 21 de diciembre de 2009
Me gustaría mirar estas fechas con otros ojos.
Ser niña otra vez. Carecer de miradas desatentas. Gesticular lo justo, asombrarme por todo, engañarme por nada, no sentir necesidad de mendigar sonrisas o atenciones, tener la conciencia tranquila, o no sentir conciencia de nada porque aún no preciso tenerla.
domingo, 20 de diciembre de 2009
Soñó que era de nieve y levitaba en el espacio como una nube blanca, errática y volátil. Era verano y buscaba una sombra y no la hallaba…
…Y era la única bola de nieve que hacía ejercicios en el aire y parecía una nube blanca en mitad de un espacio inmenso y desolado…
…Y soñó que comenzaba a derretirse. Con la rapidez del pensamiento se quedaba sin dedos y sus signos faciales perdían con prontitud las marcas que lo distinguía. No sabía dónde caían los restos derramados y le faltaba espacio para moverse, y le faltaban dedos con los que asirse a nada…
Y cada vez era más redonda y más perfecta. Y cada vez era menos alguien y más desconocida.
Soñó que despertaba.
Estaba desnuda y sollozando. Su cuerpo reposaba sobre un lago de lágrimas salobres donde ella flotaba. Lloraba y se sentía feliz.
No recordaba ya desde cuándo no lloraba…
La intención de hacer cosas, el afán de cración, de llevar a cabo varias cosas a la vez, debe ser algo tan caótico como este edificio-caracol, tan sorprendente y mágico. No llegamos a saber nunca donde empieza ni donde termina la intención y comienza el des-barajuste que hace que lo dejemos todo a medio hacer.
Tal vez a primeros de año, como siempre, comience algo para dejarlo terminado de inmediato. La intención es lo que cuenta.
¡Que aburrimiento!
Tal vez a primeros de año, como siempre, comience algo para dejarlo terminado de inmediato. La intención es lo que cuenta.
¡Que aburrimiento!
miércoles, 16 de diciembre de 2009
Hay un cortejo de luces fúnebres abrazadas por una niebla que se la bebe a sorbos y tamiza la luz hasta difuminarla. La niebla abraza también los edificios, se posa sobre los tejados, se enreda entre los árboles cuajados de falsas lágrimas de nieve que brillan a medio consumir, inocente pantomima de una nieve ficticia que no llega al suelo, que tampoco veré este año.
viernes, 11 de diciembre de 2009
Antes de aquélla noche que ahora quiere olvidar, recuerda a intervalos de memoria fragmentada. Y recuerda que el juego es subterráneo, furtivo. El juego las incita a socavar las superficies áridas, a horadar colmenas de increíbles laberintos, a buscarse y profundizar en distancias siempre cercanas. A mantener la incógnita encerrada en el interior de un nido de abejas intentando que las reglas del juego no rompan la magia del juego.
El juego es la desconocida cualidad que las vuelve locuaces, hábiles, valientes, permisivas…
Es la sombra que las devuelve a la claridad cuando lo oscuro tienta, incita, provoca y desconcierta…
El juego es la experiencia de verse retratadas en la infantil tarea de creer y soñar que el mundo que las rodea es de invención propia, hecho a la medida del sueño y de las propias evasiones…
…El juego es la imitación más perfecta que existe del sueño que no les estaba permitido.
El hombre se sintió satisfecho. Había sido un día más y había terminado. A veces al rutina lo mataba. La incordialidad se establecía entre él y sus dias, él y sus trabajos, él y sus principios, sus necesidades, sus sueños. Pero aquél día, a pesar de que todo había sido igual y había terminado de la misma manera, se sintió diferente. Se miró al espejo y sonrió. Se sintió casi avergonzado por sentirse feliz. Total, pensó, si no habia pasado nada extraordinario... Pero se fue a dormir con aquélla sonrisa puesta en los labios.
domingo, 6 de diciembre de 2009
EN SOTIEL, LEYENDO A PESSOA
La mañana está fría y desapacible. Tanto silencio y tanta soledad han conseguido que apenas me diese cuenta de estar en algún sitio. Calculo que debo llevar aquí más o menos una hora leyendo y escribiendo, alternando el orden según el momento o la preferencia, y aún no he visto a nadie pasar por la calle. Sin embargo, cientos de pájaros se alinean posados en los cables del tendido eléctrico, y un perro se me quedó mirando descarado y cuando ya comenzaba a preguntarme si tendría dueño, al no reconocerlo de ningún vecino de la calle, he creído que me transmitía una tremenda carga de tristeza a través de sus ojos medio ciegos cargados de legañas, y parece que creía preguntarme entre cruel y tierno, “Sí, estoy solo, pero tú, ¿acaso estás o te sientes acompañada?”… Me he quedado pensando que si de verdad el perro me hablaba y decía esas palabras, ¿qué podría contestarle yo en el caso no hipotético de querer entablar con él una conversación?
EN SOTIEL, LEYENDO A PESSOA
Aquí el tiempo se eterniza. Parece como si el sol estuviese anclado sobre un punto estático y no dejase avanzar las horas, depositadas en una dimensión perdida en el espacio. Desde el lugar que ocupa mi casa, todos los horizontes son relativamente cercanos, y a veces, dependiendo de las distintas horas del día, el sol ofrece la impresión de que el cielo puede ser perfectamente tocado por las manos en el momento en que se junta con los perfiles de los montes, fundiéndose en un abrazo de ardientes y solícitos amores.
viernes, 4 de diciembre de 2009
jueves, 3 de diciembre de 2009
La mirada del asesino.
Yo me siento avergonzada, porque es vergonzoso que un medio de difusión nacional, o al menos con una portada y una tirada regional, un ultra de la derecha y del periodismo más rancio, arcaico, (y según ellos democrático) y de mayor tirada y vejez a nivel nacional, publique en portada una foto con un titular de semejante calibre y no haya en días posteriores ni una disculpa, ni una justificación, ni una excusa que minimizara la crueldad del titular ni sus argumentos. Sobre todo cuando se sabe la verdad de aquélla “mirada de asesino”.
Esa “mirada de asesino” no es otra que la de un hombre acorralado que ve lo que se le viene encima cuando ya es dado por culpable antes de haber visto ni una sola declaración. Y la jauría de periodistas y fotógrafos que ya lo están acorralando con el justificante de su defensa acérrima de los derechos del menor y su denuncia constante motivada por los malos tratos. Todo muy loable y de agradecer, por supuesto. Pero a éste hombre quién le quita ahora esa mirada, esa etiqueta, y se la cambia por la que realmente le corresponde. “La mirada del miedo”.
Me siento avergonzada, porque si fuese esta la foto de un político acusado de malversación de fondos públicos, de haber estafado al contribuyente, de haberse enriquecido a base de vaciar las arcas municipales, lo primero que se pide al opositor es que se tenga en cuenta la presunción de inocencia. Incluso si el que va entre policías esposado es un presunto maltratador y pertenece a un partido político que por circunstancias pertenece a la ideología política del medio que difunde la noticia y le proporciona amparo con su comentario.
Yo no tendría por qué, pero me siento avergonzada. Y lo digo aquí porque le escribí una carta en términos parecidos a la redacción del periódico y han hecho el mismo caso que si la hubiese escrito Leire Pajín. Al menos aquí espero que lo lea alguien.
miércoles, 2 de diciembre de 2009
Sufro de reincidencia pesimista.
Tengo el órgano vital hipertrofiado.
En el espejo soy la desconocida que plagia una mediocre
Y anónima silueta.
Poseo el lamentable mal del fatalismo. Yo soy mi Celestina
Y mi alcahueta,
Soy mi libre albedrío, mi inevitable estrella.
Me hablo y me contesto, me grito y me silencio,
Me quiero y me detesto; hurgo en mi piel,
Busco caricias y encuentro bofetadas.
Chillo, despierto.
-La perra gruñe incómoda, asustada. Pero ella está senil, la pobre…
No sabe que ya estamos en Abril,
Que despertó el jardín,
Que algunas noches yo también me asusto cuando ladra…
Ando por esos mundos de dios, sin dios y sin memoria
sin mundo conocido, sin techo que me ampare, sin cielo que recoja
mi sueño a la intemperie.
Ando por esos mundos de dios sin salir de mi cuarto, cuatro por cuatro metros
de paseos cotidianos, subiendo por paredes encaladas de llanto, de tristeza
y de olvido, que ya se me olvidó por qué tanta tristeza y tanto llanto.
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martes, 1 de diciembre de 2009
La chica y su billete de nueve euros
Desde que llegó al bar habían pasado casi dos horas durante las cuales consumió cervezas y cigarrillos con el mismo ritmo y parsimonia de quien realiza un trabajo maquinal y aburrido.
Para la primera copa me entregó al pagar un billete de diez euros y le devolví nueve. La cerveza en este bar es barata, así que por aquélla razón matemática y viendo el ritmo que llevaba supuse que acabaría gastando los diez euros, pero a aquellas alturas había perdido la cuenta de las que le había servido. Aquellas cosas deberían darme lo mismo. Mi trabajo es despachar y no estar pendiente de lo que consume nadie y menos criticarlo, pero aquella chica sin tener ningún encanto, desde que entró me había llamado la atención. No era guapa ni alta ni iba bien vestida ni mostraba nada para ser especial. Solo que yo la veía desvalida, como un perrillo abandonado que no sabe para donde mirar. Y estaba especialmente sensiblero.
Al poco rato entró un chico y se dirigió hacia donde ella estaba, le habló como si le pidiera algo y parecía ofuscado. Ella negaba con la cabeza y luego él se marchó como si nada. Ella apuró su vaso de cerveza, se levantó y pidió otra, esperando en la barra a que la atendiera. Cada vez que retiraba su vaso dejaba un euro en el mostrador.
Mientras tanto yo, cuando no tenía nada que hacer, seguía fijándome en ella manteniendo la discreción propia del buen camarero. Pero lo que más me sorprendía de ella era su abandono, la tristeza que emanaba de aquel cuerpo pequeño y desolado.
Encendía un cigarro tras otro, pero apenas fumaba. La ceniza del cigarro terminaba cayendo al suelo ante su pasividad y cuando notaba el calor cerca de sus dedos dejaba caer la colilla o la aplastaba distraída sobre el cenicero de coca cola. Sobre le mesa que ocupaba descansaba un paquete de tabaco negro y un encendedor de gas con el que a veces se distraía jugando con él entre las manos.
En un momento determinado vi que buscaba algo en su bolso. Tenía un cigarro apagado colgando de su boca y aquella figura me disgustó. Destruía de golpe la imagen de bondad que yo le suponía. Primero, con indolencia metió una mano y rebuscó a tientas sin mirar en su interior. Después abrió la gran boca del enorme bolso de tela vaquera e hizo una búsqueda más exhaustiva, sacando algunas cosas que dejaba sobre el velador. Por último, y al no encontrar lo que buscaba, vació todo el contenido del bolso sobre la mesa. Pensé que buscaba el mechero y me acerqué para ofrecerle fuego, suponiendo que el suyo estaría falto de gas, pero no lo aceptó. Entonces me fijé en sus ojos y vi que tenía la mirada cargada de vacío y desvaída, abotagada de humo y de cerveza.
Después recogió con urgencia todas sus cosas en el bolso, se lo cargó a la espalda y salió caminando con cuidado. Parecía mareada y mucho más pequeña que cuando entró. Sólo cuando la perdí de vista acudí hasta la mesa que había ocupado, cargado con la escoba y el recogedor para limpiar las cenizas, y allí, entre ellas, pesada y redonda, una moneda de un euro se hacía la remolona para entrar al basurero. Me agaché y la recogí, y salí a la calle mirando hacia donde la había visto marchar, aunque estaba seguro de que ya no la vería.
la vecina que no quería molestar
Hoy una vecina se coló en mi casa. Su consigna era que no me quería molestar y bajo esa premisa entró como un elefante en una cacharrería (nunca mejor dicho, porque es enorme). Sabía a dónde iba porque la distribución de nuestras casas es la misma y no tuve más remedio que seguirla mientras le preguntaba qué era lo que quería caminando detrás de ella. Casi no me da tiempo a decirle que no me importaba que me molestara, que me dijera qué era lo que buscaba, cuando ya tenía una escoba de cabo largo en la mano, había descorrido el ventanal de la terraza del tendedero y se afanaba en conseguir atrapar una prenda (resultó ser unos calzoncillos a rayas negras y amarillas del marido), que se le había escurrido de las manos y detuvo su caída en los cordeles de la vecina del sexto.
A todo esto continuaba imparable relatando el desgraciado accidente, que no quería molestarme, que la vecina del sexto no estaba nunca en su casa y que por eso venía a la mía, que qué cocina más bonita había puesto, que menos mal que había terminado las obras porque llevaban dos meses casi sin dormir, que otro día si yo lo necesitaba me ayudaría ella, y diciendo esto dio por terminada la misión y salió dando un portazo que retumbó las paredes del pasillo, llevándose con ella los calzoncillos mientras yo me imaginaba su marido escuálido y larguirucho vestido para matar como una salamenquesa.
A todo esto continuaba imparable relatando el desgraciado accidente, que no quería molestarme, que la vecina del sexto no estaba nunca en su casa y que por eso venía a la mía, que qué cocina más bonita había puesto, que menos mal que había terminado las obras porque llevaban dos meses casi sin dormir, que otro día si yo lo necesitaba me ayudaría ella, y diciendo esto dio por terminada la misión y salió dando un portazo que retumbó las paredes del pasillo, llevándose con ella los calzoncillos mientras yo me imaginaba su marido escuálido y larguirucho vestido para matar como una salamenquesa.
lunes, 30 de noviembre de 2009
Un coro de angelotes castrados cantan canciones sin estribillos y con desgana
Farinelli languidece de indignación en los sótanos donde duermen las máscaras olvidadas del carnaval
Mozart hace chirriar su estridencia contra los cristales mientras la loca fantasía de sus notas manda esquelas mortuorias a sus enemigos.
Es lunes. Todos los lunes de noviembre pertenecen a don Juan. Los lunes yo juego al dominó con mis fantasmas.
domingo, 29 de noviembre de 2009
sábado, 28 de noviembre de 2009
Nos llamaremos por nuestros nombres
o por aquellos que nos hayamos inventado,
llegaremos por los caminos menos transitados,
mas insospechados y absurdos,
pero siempre al final nos encontramos. Si cerramos los ojos, la silueta de lo que queremos se nos ofrece nítida y perfecta.
Tal vez siempre todo sea eso, inventarse cada día,
redescubrirse siempre y al mismo tiempo mirarse con asombro
o por aquellos que nos hayamos inventado,
llegaremos por los caminos menos transitados,
mas insospechados y absurdos,
pero siempre al final nos encontramos. Si cerramos los ojos, la silueta de lo que queremos se nos ofrece nítida y perfecta.
Tal vez siempre todo sea eso, inventarse cada día,
redescubrirse siempre y al mismo tiempo mirarse con asombro
viernes, 27 de noviembre de 2009
dos lados desiguales
Teníamos quince años cuando nos separamos. Y además de tener la misma edad, compartíamos gustos idénticos, aficiones parecidas en cuanto a música y literatura, e incluso nos gustaba el mismo chico que nos daba celos a las dos alternando sus salidas con una y con otra indistintamente, el muy canalla.
Teníamos treinta años cuando nos volvimos a encontrar. Ella estaba casada, tenía dos niñas, vivía cerca de mí, en otro barrio menos seguro, más hospitalario. Ella tenía una casa llena de ruidos, de risas y peleas infantiles, de silencio confortable con paz de madrugada y de amor bien ganado a base de pequeñas guerras individuales en las que casi siempre salía ganando.
Yo tenía un silencio estático y uniforme en un apartamento de lujo, un par de cigarrillos a medio consumir apagados en el cenicero de plata, una copa vacía, un libro abierto sin leer, una cama que se llenaba de apatía cada noche. Y sólo alguna vez, de vez en cuando, una pasión que pasaba desapercibida me dejaba su nombre y su teléfono en la agenda de las causas perdidas.
Todo no tiene solución
Que todo tiene solución, menos la muerte,
Es la ocurrente teoría del conformista
O la tenacidad ante la persistencia
De lo que hemos dado en llamar la mala suerte.
No pregunto.
No afirmo.
Reflexiono.
Hinco los codos
Ante una hipotética tabla de ejercicios mentales
Y me duermo esperando
Que del sueño me surja una respuesta.
“TODO no tiene solución.
Menos
La MUERTE.
FRANKY
Miró a su alrededor sintiéndose absolutamente desorientado.
Había nacido de un estallido, de la unión del rayo y la tormenta. Se había producido un fragor que repercutió en las paredes haciéndolas temblar. Después sintió la vida en sus venas y lentamente comenzó a pensar. Ya era un hombre, un ser humano. Tenía pensamientos y sentimientos de hombre, atributos de hombre, manos y mirada de hombre. Aunque estaba deformado y perdía el equilibrio por la descompensación de sus miembros y la repercusión de la tormenta que lastimaba con su furia todo lo vivo.
Ya estaba allí, no sabía cómo había llegado, de qué forma se unieron sus miembros agarrotados por la furia y el miedo, a quien pertenecía su pensamiento, a quien su corazón, de dónde extraería el sentimiento si quería amar. Pero todo lo que quería saber lo entendería después cuando llegara el buen tiempo. De momento su escasa inteligencia le mandó descansar y se tumbó bajo un puente protegiéndose de la lluvia, y se quedó dormido.
Después miró a su alrededor cuando todo parecía diferente. Ya no llovía ni el paisaje se escondía tras la tétrica mirada de una tormenta llena de ráfagas violentas y gruñidos de loco. Ahora todo el campo parecía apacible y los verdes brillaban salpicados de gotas como perlas dejadas caer al descuido sobre las hojas. Aquél sería un bello lugar para quedarse, pensó Franky llevándose con trabajo una mano hacia arriba para rascarse una oreja. Tenía los miembros entumecidos y los sintió doloridos por el frío y la humedad. Buscó un claro entre las ramas por donde se colaban rayos del sol y sintió que todo su organismo entraba al servicio de la vida. Sonrió bonachón y se frotó las manos pensando una vez más que aquél sería un buen lugar para quedarse.
Poco a poco fue identificando sensaciones que se abrían paso en su cerebro y les buscó un nombre por el que conocerlas. Ahora sentía una especie de enfado en su interior, como un desasosiego que llamó hambre. Cerca de allí, otros seres parecidos a él se movían en actitudes desconocidas y se aproximó a ellos imitando sus movimientos, intentando hablar como ellos hacían. Pero no le entendieron. Unos le arrojaron piedras, otros corrieron y otros gritaban cosas que no entendía, pero estaban realmente furiosos. Una piedra le alcanzó en el pecho y localizó una palabra para llamar a aquello que sentía. Dolor. Dolor y rabia. Bien, se dijo cada vez más satisfecho, ya soy un hombre, ya me voy pareciendo a ellos.
Quería hacerse entender y siguió aproximándose, pero la actitud cada vez más violenta de sus semejantes lo mantuvo alejado. Los hombres se marcharon dando voces muy altas mientras él se acercaba a una casa que distinguió a lo lejos. Dos personas que lo vieron llegar corrieron y se encerraron en ella. Escuchó el correr de los cerrojos al mismo tiempo que un silbido punzante le rozó la frente. Se tocó con las manos descarnadas y sintió un líquido espeso y pegajoso corriendo por sus pómulos y ocultándose en su boca. Conoció el sabor de la sangre y el escozor de la herida. Pero siguió adelante. Quería ser un miembro de aquélla comunidad, pertenecer a sus vecinos, compartir su paz y tener un techo, conocer el amor.
Franky recordó que uno de sus primeros pensamientos había sido el reconocimiento del amor, saberse poseedor de la válvula que hacía fluir los sentimientos, y no se desalentó. Sabía que la poseía y únicamente necesitaba saber el modo de echarlo hacia fuera para que aquella gente desconocida pudiera conocer sus afectos. Y siguió adelante cada vez con más hambre, con aquél desaliento en el lugar en el que creía que residía la necesidad.
Y llegó a otro lugar en el que unos niños jugaban a esconderse, y se escondió de ellos y aprendió el juego mientras les observaba. Permaneció oculto y cuando vio que un niño se quedaba solo y decía en voz alta una cantinela tapándose la cara con las manos, se acercó hasta él y le dijo “¡te pillé!” con una voz que por primera vez se escuchó a sí mismo y no supo reconocer como una voz humana.
El niño lo miraba horrorizado con los ojos abiertos, paralizado por el miedo y porque los brazos fuertes y desiguales del monstruo lo atenazaban. No podía gritar, pero Franky repetía “te pillé, te pillé”, mientras su enorme cuerpo se agitaba con una risa convulsa y desquiciada. Y allí, sobre los ojos del niño desorbitados por el miedo veía su figura, y un sentimiento que le era desconocido fue apoderándose de su inmenso corazón.
Soltó al niño, caminó hacia atrás dando tumbos haciendo vacilar su corpachón deformado. Con los ojos dilatados comprendió el espanto que causaba y temió sentir el miedo que le causarían los hombres. El día estaba hermoso y el sol se filtraba por las ramas de los árboles, pero él no quería claridad. Buscó la noche de una cueva y se ocultó de los hombres a los que antes había ofrecido su compañía.
Pensó que aquél no era un buen lugar para quedarse. Y lo peor, pensó, es que estaba seguro de que nunca lo hallaría.
jueves, 26 de noviembre de 2009
Cerré la puerta sin hacer ruido y fui a acostar a los niños. La más pequeña hacía rato que dormía y por fortuna tenía un sueño profundo en el que no hicieron mella los gritos ni los golpes. No pude evitar que los otros dos lo presenciaran todo. Por fortuna nunca había pasado estando ellos presentes, pero hoy la imprudencia o las copas o no haber sabido contenerme como otras veces lo pusieron todo en peligro.
Conseguí desplazarme hasta la otra pieza para que al menos no vieran lo peor. Aquél día uno de los dos no salió vivo. Ahora espero poder demostrar legítima defensa.
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