el amor es el único y último recurso que nos queda para salir ilesas de la vida

EL AMOR ES EL ÚNICO Y ULTIMO RECURSO QUE NOS QUEDA PARA SALIR ILESOS DE LA VIDA

En mi casa había un libro. A decir verdad, había tres


Hay versos que se escriben cuando se han acabado las palabras.

martes, 5 de octubre de 2010

MIS LIBROS Y YO (Breve historia en tres capítulos)



3.-

Con esta joya literaria metida en la mochila estuve detenida en una comisaría de Bilbao después de que la policía nos cogieran a unos cuantos que quedamos atrapados entre dos fuegos durante una manifestación contra el crimen que se iba a cometer unos días después de que se celebrara el consejo de guerra en Burgos. Aquella gente no sabía quién era León Felipe ni el contenido de la “Antología rota”. Gracias a la incultura me salvé. Este fue el libro que más veces he perdido cuando lo he prestado.
Más tarde llegaría la búsqueda insaciable de Rayuela. No sé por qué, pero mientras todo el mundo hablaba de ese título y de su autor, yo no conseguía tenerlo. Eso hizo sin duda que mi interés creciera y cuando al fin pude localizarlo en una librería de barrio, sobre un expositor vertical de libros de bolsillo, la emoción que sentí fue del todo indescriptible, así que lo dejo, sin intentarlo siquiera. Lo leí de corrido sin detenerme en nada, sin pretender entenderlo. Después, más lentamente, lo saboreé separando cada sabor y su contenido me hizo plantearme tantas cosas, que creo que desde entonces tuve una forma diferente de sentir y ver mi vida y mi entorno. A partir de entonces fui La Maga.
Por eso, por ser la maga, me atrapó cómo lo hizo desde el primer día y hasta el último aliento entre las hormigas, los cien años de soledad que nos trajo García Márquez. Ese sí ha sido el libro que más veces he leído. Pero entre aquellos tan lejanos y los últimos adquiridos en la plaza nueva, la diferencia es abismal. El número de ejemplares se multiplicó; pasé de no tener a no saber donde tenerlos; el afán se hizo casi enfermizo y crónico. Más que leer, es el gusto de tener, de saber que cuento con ellos, que están ahí, que me miran, que puedo tocarlos y amarlos, respetarlos y temerlos. A los libros se les teme también. Yo me figuro que un día me pedirán cuentas. Me preguntarán qué he aprendido, cómo los he mirado, de qué forma suplanté las personalidades de sus páginas, imité sus palabras o aprendí a sufrir con ellos. Me harán cientos de preguntas, me lo temo y lo deseo.
Yo les contestaré como es debido. Nunca se les ama demasiado, pero puse todo mi empeño en conseguirlo.


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