el amor es el único y último recurso que nos queda para salir ilesas de la vida

EL AMOR ES EL ÚNICO Y ULTIMO RECURSO QUE NOS QUEDA PARA SALIR ILESOS DE LA VIDA

En mi casa había un libro. A decir verdad, había tres


Hay versos que se escriben cuando se han acabado las palabras.

domingo, 1 de agosto de 2010

CARTA DE DULCINEA a DON QUIJOTE



El Toboso, año de 1605

Mi señor que dice llamarse Don Quijote:
Me han llegado ecos de sus palabras que cuentan de amores por mí, humilde servidora y mujer diferente de su rango y abolengo, ya que quiere ser llamado de Don y dice ser señor de tierras y criados. Y he llamado al escribiente, pues ni escribir sé, como podrá figurarse mi señor, para que le haga llegar mis referencias.
Antes de nada he de confesarle, mi señor don Quijote, que soy una mujer de condición humilde, pero alegre y trabajadora. Limpia por demás, donde las haya, y de mí no habrán de hablar otras lenguas pues con la mía sé defenderme y he de hacerlo, señor, ya que carezco de familia que dé su cara por mí. Cosa que lleva de ganancia si decide acogerme como señora de su corazón y de su hacienda, mi señor, como a su fiel esposa y esclava, ya que ni suegra ni cuñados ni otras malas hierbas acompañan mi dote. Voy limpia de polvo y paja y solo mi cuerpo le entrego a sabiendas de que le será suficiente para aliviar el trajín de sus largas jornadas, como reposo de sus andanzas de paladín aventurero.
Mi señor don Quijote y su fiel escudero, así como su hacienda y sus criados serán tan bien tratados como solo una señora sabrá hacerlo. Y en cuanto a mis deberes de casada, he de decirle, mi señor, que aunque no lo estuve nunca, ni enviudé ni fui la meretriz de galán alguno, bien que me reservé para serlo sólo de este hidalgo caballero que a bien ha tenido interesarse por mí a los dueños de la posada en la que cobro por servicios que solo presto.
No soy de nadie, mi señor don Quijote. No tengo dueños. He sido siempre libre, pero por el amor de su clara palabra y de la nobleza que su figura irradia, estaría dispuesta a ser su esclava
al tiempo que su guardiana y su familia entera. Yo sería su campo de Criptana, su brega y su descanso, su jornal, el agua de su aseo, su alimento, su sal y su mortaja. Y su rocín también, que veo que bien cabalga sobre su cuerpo estrecho de huesos y fatigas. Y si encima de tal cabalgadura lo hace bien, me imagino cómo lo hará sobre mis anchas caderas y mis prietas audacias.
Mi dote es lo que vea cuando me mire, mi señor. No tengo otra fortuna que mis pobres palabras, mi sincera alegría y mis ganas de amar a un caballero que como usted, Alonso, no distingue encajes de princesas de percales deslucidos de una tosca manchega.
Y ahora, mi señor, que he de pagarle al escribiente, me retiro, que mientras más palabras más sueldos he de agregar a su petaca. Si tiene a bien concederme el don de su presencia, estaré donde siempre, echando vinos sobre las copas de algunos que me gastan sus lisonjas, pero solo pensando en usted, mi caballero andante de la hidalga figura. Si al entrar en la posada cansado, sudoroso y abatido me viera sonriendo y charlando con mi alegre parroquia, piense que solo así me gano unas migajas. Y que mientras antes me retire del trabajo antes podrá disfrutar de todas las ventajas de mi amor de mujer carente de caricias y galanteos de caballero distinguido como usía.
Pues señor Don Quijote, quedo a la espera de su respuesta, anhelante y rendida por saberme objeto de sus intereses tan galantes.

Se inclina reverente antes usted, esta que su merced ha dado en llamar Dulcinea.

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