el amor es el único y último recurso que nos queda para salir ilesas de la vida

EL AMOR ES EL ÚNICO Y ULTIMO RECURSO QUE NOS QUEDA PARA SALIR ILESOS DE LA VIDA

En mi casa había un libro. A decir verdad, había tres


Hay versos que se escriben cuando se han acabado las palabras.

viernes, 10 de septiembre de 2010

LA RASCADA




En repetidas ocasiones me he percatado de la soltura, impunidad, descaro y sangre fría con que se rascan los hombres en la entrepierna. Sin disimulo, sin cortapisas, con descaro, sin mirar a ningún lado especialmente, se echa la mano a los centros y se mueve las glándulas genitales ajustando el paquete a su hueco, o se rasca porque le pica, o se coloca bien un vello que quedó enredado entre la maraña. A veces va caminando, a veces permanece quieto mientras habla con un compañero, en ocasiones está apoyado en la barra del bar, puede estar en muchas circunstancias, en infinidad de momentos tal vez cruciales e importantes, en la firma de un documento empresarial, en el altar ante el cura para casarse, o simplemente caminando por la calle, que es el momento más peculiar y el que con más asiduidad puede contemplarse. Que de hecho es el más común y observado por una servidora.
Al hacer estos movimientos de ajuste o desenredo, el hombre no se percata de que es observado, y si lo hace le da absolutamente igual, pasa de ello, no enrojece ni cambia la mirada si la ha cruzado conmigo. Coloca bien el pantalón, estira la pierna para que el acomodo se realice con la mayor naturalidad, y a otra cosa mariposa.
A todo esto yo enrojezco como un tomate, no sé dónde meter el bolso, cómo colocar las manos, tras qué sonrisa ocultar mi turbación ni hacia dónde dirigir mi mirada. Hoy, el hombre estaba tomando unas cervezas en compañía de otros amigos, y con la misma naturalidad con que se lleva a la oreja un palillo de dientes usado, se rasca en la entrepierna con un ostentoso movimiento, con la misma naturalidad que grosería.
Y yo me preguntaba si quien le daba al gesto una importancia que no tenía era yo, quien veía el acto cotidiano de aliviar un picor o encajar una arruga molesta en la piel, deformado y convertido en una intención grosera, era yo. Pero creo que por mucho que trate de pensar que mi asombro es exagerado, no puedo dejar tampoco de admitir que semejante movimiento hecho por una mujer en un lugar público y expuesta a las miradas de posibles testigos, levantaría hacia ella todo tipo de comentarios obscenos, lascivos y lujuriosos. Posiblemente entre risas alguno se estaría planteando una escena pornográfica (con ella como protagonista si estaba lo suficientemente buena, claro).
Porque para ellos, hasta la ordinariez de una rascada en lugares sagrados, requiere de una moza con atributos de diosa. Porque si no es así, la rascada no merece la pena ser visionada.

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