
Hay un cortejo de luces fúnebres abrazadas por una niebla que se la bebe a sorbos y tamiza la luz hasta difuminarla. La niebla abraza también los edificios, se posa sobre los tejados, se enreda entre los árboles cuajados de falsas lágrimas de nieve que brillan a medio consumir, inocente pantomima de una nieve ficticia que no llega al suelo, que tampoco veré este año.