el amor es el único y último recurso que nos queda para salir ilesas de la vida

EL AMOR ES EL ÚNICO Y ULTIMO RECURSO QUE NOS QUEDA PARA SALIR ILESOS DE LA VIDA

En mi casa había un libro. A decir verdad, había tres


Hay versos que se escriben cuando se han acabado las palabras.

sábado, 9 de enero de 2010



Las cuentas de la memoria

Me quedan algunas cartas que escribir
y hacer algunas confesiones que retuve por miedo
o avaricia de no dar estando a tiempo.

Puede ser que solicite algún perdón, que espere una disculpa
o que haga alguna que otra aclaración
Para dejar todas mis cuentas claras.

A mí tal vez me tengan que justificar algún olvido,
razonarme los motivos de todos los silencios
o seguir con prudencia silenciando el descuido, la omisión.

Pero todo cuanto deben lo borré de mis libros
Y no queda constancia de la deuda.
Que nadie tenga prisa por devolver los besos,
Por llenar el vacío que se adivina eterno
Por llamar a mi puerta
Y sentarse conmigo a proyectar el tiempo
Y tomarme las manos
Y platicar del día infinitamente lento que se aleja…

viernes, 8 de enero de 2010

el silencio y la bulla





Teníamos quince años cuando nos separamos. Y además de tener la misma edad, compartíamos gustos idénticos, aficiones parecidas en cuanto a música y literatura, e incluso nos gustaba el mismo chico que nos daba celos a las dos alternando sus salidas con una y con otra indistintamente, el muy canalla.
Teníamos treinta años cuando nos volvimos a encontrar. Ella estaba casada, tenía dos niñas, vivía cerca de mí, en otro barrio menos seguro, más hospitalario. Ella tenía una casa llena de ruidos, de risas y peleas infantiles, de silencio confortable con paz de madrugada y de amor bien ganado a base de pequeñas guerras individuales en las que casi siempre salía ganando.
Yo tenía un silencio estático y uniforme en un apartamento de lujo, un par de cigarrillos a medio consumir apagados en el cenicero de plata, una copa vacía, un libro abierto sin leer, una cama que se llenaba de apatía cada noche. Y sólo alguna vez, de vez en cuando, una pasión que pasaba desapercibida me dejaba su nombre y su teléfono en la agenda de las causas perdidas.

jueves, 7 de enero de 2010



Era alta, delgada, extremadamente pálida y huesuda. Y bellísima. Me tendió una mano para entregarme un sobre con los resultados de los últimos análisis y al hacerlo rozó con descuido mis dedos ansiosos. Y tenía, además, el tacto más frío, impávido e indiferente que pude haber tocado nunca.