el amor es el único y último recurso que nos queda para salir ilesas de la vida

EL AMOR ES EL ÚNICO Y ULTIMO RECURSO QUE NOS QUEDA PARA SALIR ILESOS DE LA VIDA

En mi casa había un libro. A decir verdad, había tres


Hay versos que se escriben cuando se han acabado las palabras.

sábado, 14 de agosto de 2010

VANIDAD





"Bien se yo
que cuando el hacha de la muerte me tale,
se vendrá abajo el firmamento"

.- Juan Ramón Jimenez.

El poeta, "aquejado de un egocentrismo cósmico" (sic) es suficientemetne capaz de superar su timidez y dejar escritas estas palabras en un poema.

Afortunadamente, el firmamento no se vino abajo con su muerte, aunque desapareció un enorme poeta. De eso no hay duda. Queda por concederle la misma bondad a su condición de hombre.

viernes, 13 de agosto de 2010

Los dioses nunca saben morir solos

Cuando se pierde la perspectiva de la realidad es como si la tierra desapareciera de bajo nuestros pies.
A mí me pasa algo parecido. La inseguridad me domina, soy igual a alguien que de pronto ha perdido la vista y se arriesga a dar el siguiente paso aunque está dominada por el miedo y teme que sus pies caigan en un abismo. Lo teme pero se lanza. Sus pies y ella es arrastrada tras ellos al abismo de lo desconocido.
Más o menos fue así:
Yo no tenía una realidad para palpar, solo tenía una realidad virtual a la que me aferraba como si aquello tuviese asas, personalidad, carácter.
A veces creía que necesitaba aquélla realidad basada en una pantalla fría que emitía destellos de colores, ráfagas de emociones, algún afecto cercano a la incredulidad.
Me fui tras ella. Siempre es más cómodo asistir a los estrenos desde la butaca, que subida al pescante o al muro de los soportales para verlo todo desde fuera y gratis.
Me emocioné, qué duda cabe, me sentí importante, mucho más importante sentada en la butaca que subida a las tapias, desde luego. Tenía vecinos nuevos que me saludaban y me concedían importancia, aunque desde el principio yo supiera que en aquél patio de butacas predominaban las apariencias.
Después llegaron ellos, los dominantes, los que imponen las normas y dictan las sentencias. Y me invitaron a salir del recinto. De lo que objetaron pero no entendí nada. Debo ser lela, porque me aseguraban que estaba claro. Al parecer me hacían un favor dándome cuartelillo, entenderían que yo hiciese esto o aquello indicando las pautas de lo que debía hacer.
Lo hice, pero perdí pie y caí porque no sé caminar a oscuras. No tuve la malicia de agarrarme a los bordes, no sabía siquiera que los hubiera; solo me fui, salí del espacio abierto e iluminado al que ya me sabía adaptada y tomé el camino de señales equívocas, las que me habían puesto antes para hacerme caer en el error de tomarlas.
Todo era virtual, pero para mí que todo formaba parte de una realidad tangible, de un mundo cercano y práctico, tocable, tóxico, contaminante. Como todos los mundos orgánicos.
Desde entonces supe que era peligroso asomarse al mundo exterior de las redes sociales de internet, tanto como arrojarse sin red desde un trampolín cuando ni tan siquiera eres el mono del circo.
Yo cometí el error, pero no aprenderé nunca. Soy un animal anciano de costumbres arcaicas, arraigadas, de raíces profundas. Y nunca entenderé que yo no pertenezco a este mundo en el que he querido encasillarme como si lo entendiera. Y que este Gran Dios moderno, Internet, que ha venido a sustituir a todos los otros dioses omnipresentes, omniscientes y cargados de sabiduría, es mucho más inteligente y poderoso que todos aquellos otros que ya han pasado a la historia.

¡Los viejos Dioses han muerto!
¡Viva Dios Internet!

miércoles, 11 de agosto de 2010

el sueño soñado


Me encontré soñando dentro de un sueño. Era espectacular. Yo estaba dormida, intuyo, y soñaba que estaba soñando. En la primera fase del sueño, en el que se coló de rondón un sueño paralelo o dentro del primero, yo estaba haciendo un safari por África formando parte de una película llamada Mogambo. Yo era Ava Garner, ni más ni menos. Y era impresionante. En la peli, Ava no estaba de safari, pero yo sí lo estaba en el sueño. Bueno, yo metida en el papel de Ava, claro, porque en mi vida real, ni a morir que me mandaran me enrolaría en un fregado de esos. Pero una vez que yo, siendo Ava Gardner enamorada de Clark Gable, veo a éste dejándose encandilar por los modos suaves y mojigatos de Grace Kelly, me convierto en león y me los como a ambos.
Lo bueno llega cuando, mientras me creo Ava, soy león, y degluto a mi rival y a mi gran amor, sin pensármelo dos veces. Después sigo siendo ella misma y me he quedado sola con el viudo cornudo en mitad de la selva africana.
Sigo pensando en la capacidad de ser antagonistas que tenemos los seres humanos. Y ya va para ocho horas que no se me cae el sueño de la mente. Menos mal que los escenarios selváticos eran impresionantes, y eso salva la escena y de paso me perdono.
Por cierto, Grace Kelly monísima. ¡Qué lastima!

martes, 10 de agosto de 2010

VALENTINA


Valentina


--Abuela, ¿sabes qué? Soy divina y rockera.
Está deseando ser mayor, tanto como su hermana, pero tiene muy claro que no puede crecer de prisa ni alcanzarla. Sabe que el proceso es lento, que todo pasará lentamente, pero está mentalizada y sabrá esperar.
--Tengo un amigo marrón, abuela, se llama Omar, tiene el pelo rizado y se mete los lápices en el pelo y el dedo en la nariz, pero a mí me gustan más los niños rubios…
Imparable, incapaz de estar callada unos minutos, cogida de mi mano, apretando mis dedos, dándome calor, un calor distinto al que llevo en la mano derecha, enguantada y negra.
--Tengo que decirle a Omar que está aquí mi abuela y que ya no me tire más del pelo porque si no mi abuela se enfadará.
Como si la abuela fuese su adalid, la abuela de Piolín, alguien a quien la edad subió a un pedestal y su misma fantasía le imprime un carácter de personalidad.
--No me gusta que me hablen con la voz aguda, abuela. Se creen que soy una niña pequeña.
Pequeña donde yo diría chica. Rockera donde yo pondría ye-ye. Marrón lo que yo pintaría de negro. Contadora incansable de palabras donde yo pongo el silencio. Proyectos de crecer en varias direcciones donde a mí sólo me queda reflexión y recogimiento. Estatura que se eleva día a día junto a otra que empequeñece de igual modo. Sorpresa frente a hastío. Ilusión junto a cansancio disimulado apenas, lo justo para seguir andando un poco más.
--Abuela, los niños no se meten los dedos en la nariz, ¿verdad?
--No, claro que no.
--Abuela, ¿sabes qué?
--Que, dime qué.
--Es fenomenal… --gesticulando con todos los músculos de la cara—no te lo puedes creer, pero la malvada Davinia es una vam-pi-ra –y separa las sílabas recalcando la palabra.
--¡No!
--Esa soy yo.
--¿La vampira? ¿La malvada?
--Sí. –rotunda.
--¿Y por qué quieres ser la mala?
--Para que ningún niño me tire de los pelos.
“Di que sí, Valentina. Sé la mala. Al menos mientras aprendas a defenderte. Sé la mala para mantenerlos a raya. Guarda esa sonrisa maliciosa para cuando seas mayor. Pero aprende a enseñar tus pequeñas garras para que ellos se vayan enterando”.
Porque las cosas no están mejor de lo que estaban. Y mucha culpa de ello seguimos teniéndola nosotras, las mujeres. Pero me callo, guardo silencio junto a ella y no le digo nada. De todas formas creo que ella tiene claros los conceptos. Tan pequeña y cómo sabe atrapar mi mano para que yo no me pierda.
Ella sabe que no puede ir más de prisa, que por mucho que quiera no será más alta ni tendrá la edad de su hermana cuando se levante mañana.
Yo sé que no puedo ir más despacio, y que aunque lo intentara no conseguiría detener el tiempo. Las cosas están claras entre nosotras.