el amor es el único y último recurso que nos queda para salir ilesas de la vida

EL AMOR ES EL ÚNICO Y ULTIMO RECURSO QUE NOS QUEDA PARA SALIR ILESOS DE LA VIDA

En mi casa había un libro. A decir verdad, había tres


Hay versos que se escriben cuando se han acabado las palabras.

sábado, 2 de enero de 2010

Desprendimiento de rutina
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Solo hay que trasladarse un poco más allá, donde se acaba el asfalto, recibir la lluvia, cambiar el aire por la tempestad, pisar los charcos, aspirar el vaho que se levanta de la tierra húmeda, sentir el verde intenso, el negro borrascoso y el fragor de la tormenta que allá es tan diferente, para recibir el impacto de un desprendimiento de rutina espectacular. Hay que probarlo. Hay que estar allí para sentirlo. Hay que ser hija de la tierra para disfrutarlo.

jueves, 31 de diciembre de 2009


Enero

Enero despertó después de un largo eructo de champán con burbujas
y vomitó la poca vida transcurrida sobre un sucio inodoro que se tragó su asco.
Fue una larga noche aquélla de más de trescientos sueños
Encadenando vidas, proyectos, borracheras… Fue una larga noche aquélla.

Enero se incorporó después del llanto, se despobló de brumas,
Se alisó los cabellos,
Se deshizo del manto de nieve gris que lo cubría
Y se dispuso a ser un hombre nuevo, un año nuevo que sin saber qué hacía,
Comenzaba un camino de ida sin regreso.
Pero Enero no es hombre ni mujer ni hermafrodita.
Es un niño nonato que aún no sabe de prisas
y se adentra sin miedo en un paisaje
Desconocido y yermo
Y pisa con temor desconocido el terreno que pisa.
Se clava las aristas, se duerme sobre el fuego,
se resquebraja y muere de añoranzas
Cuando apenas comienza a conocer un día nuevo.

Y de pronto es un compás de espera acelerado
Y un libro sin páginas y mal enumerado
Y un idioma que nadie se ha inventado
Y una Nada completa que carece de historia.
Desde aquí hasta el final, desde este primer día y hasta la última hora,
Todo cuanto puede alcanzar su memoria es que echaba la vida
Sobre un inodoro ennegrecido y sucio vomitando la noche.
Todas las noches, todas las vidas, una tras otra
como si ninguna otra cosa hubiese sucedido.

En Sotiel, leyendo a Pessoa


Lo cierto, creo que lo podría aseverar, es que el término “soledad” es más una razón mental que física, más un estado de ánimo que una realidad corpórea y visible. Cuando aparentemente estamos solos y aislados, completamente solos, como yo en estos momentos, podemos sentirnos absolutamente bien, y no es que no necesitemos la presencia de alguien, sino que exactamente como estamos es como queremos estar y como únicamente podemos sentirnos bien. Nos pasa a todos. Y tal vez, como ahora también, de quien mejor podemos estar cerca es de un perro vagabundo osado, impertinente, que se cree con derecho a preguntar no sé qué cosas…
La otra compañía que me mantuvo absorta hasta hace unos momentos fue la grata lectura de un libro de Pessoa, cuyas líneas han sido las que en cierto modo han originado y alentado estas expresiones escritas. Mientras leía me había llamado poderosamente la atención un párrafo entre toda la densa e interesante lectura, y me he detenido ahí leyendo y releyendo una y otra vez, como si no comprendiera bien o el argumento fuese tan profundo que mi escasa edad mental era incapaz de discernir con la más mínima lógica.
Decía Pessoa, completamente en serio:
“Sin duda en algún otro lugar es donde se pone el sol. Pero hasta en un cuarto piso abierto a la ciudad podemos soñar el infinito. Un infinito con tiendas debajo, ciertamente, pero con estrellas al fin. Es lo que me sucede en este acabar de la tarde, asomado a la alta ventana, insatisfecho del burgués que no soy, y triste por el poeta que nunca podré ser…”