el amor es el único y último recurso que nos queda para salir ilesas de la vida

EL AMOR ES EL ÚNICO Y ULTIMO RECURSO QUE NOS QUEDA PARA SALIR ILESOS DE LA VIDA

En mi casa había un libro. A decir verdad, había tres


Hay versos que se escriben cuando se han acabado las palabras.

sábado, 16 de octubre de 2010

CARTA A DIOS --EPÍLOGO



No tuvo tiempo ni de arrepentirse de no haber pecado.
Cuando la entraron en la aséptica sala de aquél hospital de urgencias, su cuerpo era sólo un cuerpo desprovisto de todo, un fardo inerte chorreando sangre vencida y cubierto de sábanas que pretendían disimularlo todo. Lo único que le quedaba vivo era un hilo de miedo con el que se cosía las manos sobre el pecho.
El parte médico que recibí después era frío y escueto. Ella no era importante. Era alguien más sin importancia, sin historia, un número irrelevante que no decía nada. Podía pasarle de todo y parecer que estaba destinada a ello, que era algo lógico y natural. Motivo de la muerte: Una puñalada. Una sola. Vital. También es mala suerte…
Más tarde en los periódicos, leí: “El presunto asesino, esposo de la víctima, que responde a las iniciales A.B.C., ha ingresado en dependencias municipales, aunque podrá asistir al entierro de su esposa, al haber quedado en libertad por falta de pruebas fehacientes que lo impliquen en el asesinato”.
Y aquí se acabó la historia de esta mujer que me ha mareado con una carta extensa, haciendo una solicitud un tanto peregrina. Debeís estar más atentos a casos como éste e impedir que semejantes peticiones puedan llegar hasta mí, para ser entregadas en mano. Al próximo que se deje colar un caso parecido, lo hago colaborador activo y a perpetuidad de una ONG, para que aprenda. La palabra de Dios nunca es en vano.
Dios.
PD. No soy un Juez de guardia. Soy el Juez. No estoy para nadie hasta nuevo aviso.

CARTA A DIOS (Extensa misiva en tres capítulos) 3º.-


No es mi caso, pero muchas mujeres en mi situación se cuestionan seguir creyendo en Ti, y te lo digo con honda tristeza, Señor, no vayas a creer que no. Porque las colocas ante un lamentable estado de reflexión, del que solo consiguen caos y confusión. No te sientas cómplice del agresor sólo por haber sido el creador, el padre. Sé consciente de ese tremendo fallo que tuviste al principio de los tiempos y enmienda el error, porque equivocarse es de humanos, pero saber rectificar es de sabios, y Tú, por lo que se conoce y todos dicen, debes serlo, Señor. Y perdona la osadía y el atrevimiento de pretender darte un consejo. Es que no sé lo que digo con todos estos problemas, pero incluso sabiendo que no es correcta mi postura, me atrevo a no rectificar, porque me han engañado tantas veces, me han aconsejado en vano y mal tantas veces, que respecto a este intento también me temo que pueda resultar un fraude. Y precisamente en Ti concurren todas las circunstancias: la Judicial, la Social y la Divina.
Arregla esto, Dios, oye la voz de una descreída. Hazle una señal antes de que pierda todas las esperanzas. Antes de que yo, o cualquiera otra en mi lugar, sigamos teniendo miedo.
Para tu posible respuesta ya sabes mi dirección. En cualquier lugar del mundo, en cualquier bloque de pisos baratos, en alguna de las chabolas del cerco de las ciudades, en los sótanos y en las azoteas, en las casitas adosadas, en el campo y en la playa, en el camping y en el dúplex, en los chalets señoriales, entre grandes concentraciones humanas y entre soledades místicas, tal vez, ¡no!, seguro, en los palacios, en las grandes mansiones, donde quieras que dirijas la carta, allí estaré esperando. En todos los lugares hay una mujer que espera una respuesta. Una respuesta clara, sin tópicos ni convencionalismos sociales o doctrinales. Esto no es cuestión de fe. Es un tema de muerte y malos tratos.
No me defraudes ahora, cuando por una vez confío en Ti.
Espero tu respuesta, confiada

CARTA A DIOS. (Extensa misiva en tres capítulos) 2º.-


Por eso te pido ayuda y por eso no puedes seguir cerrando los ojos ignorando lo que pasa. Porque tú tendrás muchos hijos, pero yo sólo tengo dos. Y muchos de tus hijos no tendrán dificultades para vivir sin ti –de hecho, muchos viven toda su vida sin saber que existes, sin echarte de menos-, pero desgraciados de los míos si yo les falto, si el patán de su padre me mata un día de estos, como tiene avisado. La verdad, Dios, es que estoy muy confundida, tengo miedo porque me siento desprotegida. Si voy a la policía, salgo con la impresión de que no me han escuchado o es que mi caso es tan frecuente que se lo conocen de memoria y hay una denuncia estándar para todos los casos. Salen disparados si se produce un atraco en la sucursal del banco de la esquina, pero ante mi denuncia permanecen impávidos y rígidos, me oyen como si estuviesen escuchando llover en la estación de las lluvias, y me dicen que vuelva si se produce un nuevo altercado.
También los servicios sociales me ofrecen su ayuda, de hecho, en algunas ocasiones he utilizado sus servicios, incluso me han dejado dormir junto a mis hijos en el patio central del Ayuntamiento, en los bancos que hay para que la gente permanezca sentada en las largas esperas de sus solicitudes, pero a la mañana siguiente, cuando a mi marido se le ha pasado la borrachera y nos ha dejado entrar en la casa, todo ha vuelto a parecer normal, y es como yo digo, pan para hoy y hambre para mañana. Conozco una medida más contundente y drástica, una salida que de una vez por todas me abrirá las puertas de la libertad, pero un gran número de interrogantes me condicionan y me frenan a la hora de tomar decisiones. Nos matamos todos o espero que él nos aniquile. Sólo una de las dos soluciones será la que al final cierre el capítulo de mi vida.
En última instancia acudí al párroco. Y de nuevo espero que me perdones por considerarte en último recurso, como solución final. Pero creo que en cuestiones de pareja no debes entender mucho, Tú que estás solo. Además, creo que fuiste Tú quien estableció las reglas. Bueno, lo cierto es que acudí al párroco esperando de él algo más que consuelo y me rogó muy enérgicamente que me refugiara en Ti, que sólo en Tu compañía podría encontrar la paz que buscaba. Sinceramente, creo que no me entendió. No sé qué le cuentan las mujeres en el confesionario, pero yo fui a él con la cara descubierta, abierta y libremente pidiendo consejo, una línea de acción, una salida para mí y mis hijos, pero se comprende que entre sus funciones no están las de aconsejarme algo distinto que no sea ampararme en Ti y en tu doctrina.
“Busca protección en Dios -me dijo-, sólo la fe en Él te dará fuerzas y ánimos para continuar”.
Pero es que yo no quiero continuar, Dios. Yo quiero acabar con esta situación y nadie me da la solución y esto no acabará hasta que alguien resulte muerto. Por eso recurro a Ti directamente, sin intermediarios, sin curas pusilánimes que temen tus represalias si no cumplen lo que les has mandado. Dime, ¿qué puedo hacer, Dios? No tengo recursos ni trabajo ni sé bajo qué techo meterme con mis hijos si me voy de aquélla casa. Estoy tan desesperada que no me importa parecer una niña pequeña escribiendo la carta para los Reyes Magos, con la mayor ilusión esperando una respuesta.
¿Qué hago, Dios? Si ni aún con todas las fuerzas unidas apoyando la causa –la judicial, la social y la divina-, pueden protegerme, ¿qué debo esperar? ¿He de seguir temiendo, sufriendo la amenaza constante, el insulto humillante, la agresión verbal y física, el menosprecio, tal vez la muerte?

viernes, 15 de octubre de 2010

CARTA A DIOS (Extensa misiva en tres capítulos) Iº.-


¡Hola, Dios!
Perdona si no es ésta la forma más correcta de dirigirme a ti, pero desconozco cuál debe ser el tratamiento adecuado para tan alta Dignidad, y espero y deseo que seas el padre bondadoso y generoso que sabrá disculpar mi atrevimiento y mi ignorancia.
El motivo por el que me atrevo a distraer tu atención apartándote un instante de tu infinito letargo, es que… perdona, es que parece que no te enteras de nada, pero desde el diluvio para acá, las aguas no han vuelto nunca a su cauce. Con todos mis respetos, Señor, pero aquí están pasando cosas muy graves, cosas que parece que no tienen solución, que nos hacen dudar de tu misma influencia y de tu interés por poner al hombre al frente de tu creación. Cada día hay acontecimientos graves en todas las partes del mundo. Huracanes, terremotos, inundaciones, catástrofes horribles, un genocidio vil, una guerra cruel, aún a estas alturas hay epidemias sin erradicar, cientos y cientos de miles de muertes inocentes por hambre y desnutrición, por enfermedades que se esconden tras la apariencia de la perversión y del vicio, como si todos los hombres y todos los vicios no estuviesen contenidos en el mismo catálogo de publicidad que se distribuyó cuando creaste el mundo. En fin, y mañana será igual, en otro lugar habrá otra guerra y otro loco insensible pondrá el mundo boca abajo y hará que los niños entierren a sus muertos. Suceden cosas muy graves todos los días y en todas las partes del mundo, daños irreparables de los que Tú debes tener noticias, por mucho que disimules. Tragedias continuas que nos sobrecogen el ánimo y nos dejan indefensos y atónitos y nos hacen dudar de todo, Señor, y hasta consigue que deseemos repartirnos los daños colaterales de tus castigos divinos. Castigos que, por otra parte, nunca he podido comprender, con todos mis respetos, Señor, ni comprenderé nunca, por mucho que me esfuerce.
Y sin pretender hacer ningún tipo de comparaciones, sucede otra tragedia cotidiana que no es ni más ni menos cruel y violenta que una guerra o un desastre natural temporal e inevitable. Es algo que sucede todos los días y en todas las partes del mundo que causa tantas muertes y tanto dolor como la más grande de las iniquidades, como si el mismo rufián duplicado y multiplicado hasta el infinito tuviese la capacidad de estar al mismo tiempo en todos los rincones del planeta cometiendo las mismas fechorías. En cualquier punto del globo por aislado que sea, por remoto o pobre, por moderno y cosmopolita que sea. Y paradójicamente, mientras mayor es el desarrollo de los pueblos, con más frecuencia, virulencia y crueldad se produce el suceso.
Me estoy refriendo, Señor, al hecho más cotidianamente triste que sucede hoy en día. Al hecho de la violencia doméstica, de los malos tratos, la vejación, violación y asesinato de tantas mujeres. Me estoy refiriendo a la agresión efectuada por quiénes se suponen fuertes hacia los que tienen concedida por tradición la condición de débiles, por el simple hecho de ser mujer, niño o gente en general, físicamente desproporcionada a su agresor. Este hecho, Señor, es una guerra que no podemos localizar en un determinado punto del mapa. Es un genocidio que no efectúa un demente aislado que cada cierto tiempo aparece en algún lugar del mudo y cuando menos se le espera. Este hecho, Señor, se repite incesantemente, continuamente desde que el mundo es mundo y desde que a ti te dio la gana de convertirte en cómplice para justificar tu obra.