el amor es el único y último recurso que nos queda para salir ilesas de la vida

EL AMOR ES EL ÚNICO Y ULTIMO RECURSO QUE NOS QUEDA PARA SALIR ILESOS DE LA VIDA

En mi casa había un libro. A decir verdad, había tres


Hay versos que se escriben cuando se han acabado las palabras.

viernes, 14 de enero de 2011

NUEVE EUROS



Desde que llegó al bar habían pasado casi dos horas durante las cuales consumió cervezas y cigarrillos con el mismo ritmo y parsimonia de quien realiza un trabajo maquinal y aburrido.
Para pagar la primera copa me entregó un billete de diez euros y le devolví nueve. La cerveza en este bar es barata, así que por aquélla razón matemática y viendo el ritmo que llevaba supuse que acabaría gastando los diez euros, pero a aquellas alturas había perdido la cuenta de las que le había servido. No sé por qué aquella chica había llamado mi atención desde que entró. No era guapa ni alta ni iba bien vestida ni mostraba nada para ser especial. Solo la veía como perdida, desvalida, como un perrillo abandonado por su dueño. Y eso hacía que la viera desde un punto de vista sensiblero y maternal.
Ya estaba viendo la forma de que la chica entrara en el guión que había comenzado a montarme, cuando entró un chico y se dirigió hacia donde ella estaba y le hablaba nervioso y amenazador, en tono violento pero en voz baja, y yo no podía oír nada claro. Ella negaba con la cabeza y se mantenía firme, sin pestañear. Al final la discusión terminó en un empate técnico y el chico se marchó tal como había llegado, como si hubiese ido a nada. Yo me figuré, a falta de una mejor información, que él le pedía dinero y ella simplemente se lo negaba. Después la chica apuró su vaso de cerveza, se levantó y pidió otra, esperó en la barra a que la atendiera y antes de retirarse dejó un euro en el mostrador.

Yo seguía fijándome en ella manteniendo una prudente discreción y creando una historia paralela. Me sorprendía de ella lo que creía su abandono, la tristeza que emanaba de aquel cuerpo pequeño que me dio por imaginar que encerraba un espíritu triste y desolado. Todavía no sabía por qué bebía cervezas sin parar, pero estaba segura de que llegaría a darle un motivo.
Encendía un cigarro tras otro, pero apenas fumaba. La ceniza del cigarro terminaba cayendo al suelo ante su pasividad y cuando notaba el calor cerca de sus dedos dejaba caer la colilla o la aplastaba distraída sobre el cenicero de coca cola. Sobre le mesa que ocupaba descansaba un paquete de tabaco negro y un encendedor de gas con el que a veces se distraía jugando con él entre las manos.
En un momento determinado vi que buscaba algo en su bolso. Tenía un cigarro apagado colgando de su boca y aquel gesto afeó su soledad. Destruyó de golpe la imagen que yo le estaba dando. Con indolencia metió una mano en él y rebuscó a tientas sin mirar en su interior. Después abrió la gran boca del enorme bolso de tela vaquera e hizo una búsqueda más exhaustiva sacando algunas cosas que dejaba sobre el velador. Por último vació todo el contenido del bolso. Pensé que buscaba el mechero y me acerqué para ofrecerle fuego, suponiendo que el suyo estaría falto de gas, pero no lo aceptó. Entonces me fijé en sus ojos y vi que tenía la mirada cargada de vacío, abotagada de humo y de cerveza. Definitivamente no era la heroína que yo andaba buscando.
Recogió con urgencia todas sus pertenencias en el bolso, se lo cargó a la espalda y salió pisando como si temiera romper una baldosa. Iba mareada y parecía más pequeña que cuando entró. Después fui hasta la mesa que había ocupado, con la escoba y el recogedor para limpiar las cenizas y allí, entre ellas, pesada y redonda, una moneda de un euro se hacía la remolona para entrar al basurero. Me agaché y la recogí, sonreí y me metí la moneda en el mandil. Me gustó pensar que aquella última cerveza que no se había bebido la había salvado de algo. Después de cerrar el bar me pondría a pensar en ella para escribir su historia.

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