el amor es el único y último recurso que nos queda para salir ilesas de la vida

EL AMOR ES EL ÚNICO Y ULTIMO RECURSO QUE NOS QUEDA PARA SALIR ILESOS DE LA VIDA

En mi casa había un libro. A decir verdad, había tres


Hay versos que se escriben cuando se han acabado las palabras.

lunes, 29 de noviembre de 2010

ÚLTIMA VELADA EN SOTIEL (1ª PARTE)

No lo sabremos nunca, pero lo que nos empujó a cambiar un plan premeditado por otro que surgió espontáneamente, tuvo algo que ver con la teoría que dice que algo tenía que cambiar para que todo continuase como estaba.
--¿Nos vamos a la “velá” de Santana? –preguntó mi marido mientras se abrochaba el cinturón de seguridad
--¿Y por qué no a la de Sotiel? –Contesté con la misma espontaneidad sin pensar lo que vendría después.
--¡No eres capaz!
--Sí que lo soy, pero…
--Pero nada, en una hora estamos allí, solo hay que cambiar de carril y enfilar la salida hacia Huelva.
--Pero son las diez de la noche, cuando lleguemos serán más de las once, y es domingo, lo más natural será que hoy la fiesta termine antes porque la gente se recogeré temprano.
--¡No hagas cábalas innecesarias! ¿Nos vamos o no? –Aún estábamos a tiempo de cambiar todos los planes.
--¡Venga, vámonos! –Cuando contesté decidida, ya el coche enfilaba la salida a la autovía por la población de Gines. No había marcha atrás.
Habíamos salido con intención de ir al cine. En el interior del patio de la Diputación dan una sesión de cine todas las noches de verano y es agradable estar al fresco mientras ves una película, cenas algo o tomas unas cervezas. El cambio de planes surgió como un juego en el que creímos que ninguno de los dos entraría. Y así enfilamos la vía que iba casi solitaria mientras el sentido contrario bajaba cuajada de luces de los coches procedentes de las playas de de Huelva. La carretera era una serpiente llena de ojos encendidos.
--Cuando nos vean llegar van a pensar que estamos locos.
--Y tendrán razón si lo piensan. Estas cosas las hacen la gente con veinte o treinta años.
--No te creas eso. Estas cosas las hacen gente que no quiere vivir encuadrados en un molde.
--Pues hace tiempo que llevamos la marca del molde, porque ya no solemos hacer locuras ni como estas ni parecidas.
--¿Sigues pensando que es una locura irnos así al pueblo?
--No, no, de verdad… vamos, seguro que es divertido.
--¿Llevas las llaves de la casa? Por si nos apetece quedarnos…
No llevaba la llave de la casa porque no habíamos pensado ir hasta allí, pero recordé que siempre le dejábamos una copia a la vecina. De vez en cuando miraba a mi marido, su perfil concentrado en la conducción, y no dejaba de considerar aquello con su parte de riesgo. Salíamos a menudo, viajábamos, pero después de haber decidido qué hacer en cada ocasión y una vez que estaba todo planeado. Pero salir así sin premeditar el lugar y a una cierta distancia, de noche, sin avisar a nadie de nuestras intenciones, no dejaba de tener al menos un una cierta dosis de imprudencia.
Yo lo observaba de reojo mientras conducía, y le veía sonreír sin despegar los labios. Pensé que imaginaba lo que dirían los amigos y vecinos cuando nos vieran llegar y eso le causaba aquella ligera emoción seguro del desconcierto que estaba a punto de causar.
Llegamos pasadas las once y ni la noche ni la verbena habían comenzado aun. El lugar destinado para la fiesta estaba iluminado pero desierto. La pista de baile era un cuadrilátero enlosado y estaba recién regado, y el vaho que se desprendía de la unión del agua y el calor acumulado en el cemento subía hasta los techos de la memoria recordando efluvios que existieron y nunca se olvidaron por completo.

fin del PRIMER CAPÍTULO.

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