el amor es el único y último recurso que nos queda para salir ilesas de la vida

EL AMOR ES EL ÚNICO Y ULTIMO RECURSO QUE NOS QUEDA PARA SALIR ILESOS DE LA VIDA

En mi casa había un libro. A decir verdad, había tres


Hay versos que se escriben cuando se han acabado las palabras.

martes, 1 de diciembre de 2009





La chica y su billete de nueve euros

Desde que llegó al bar habían pasado casi dos horas durante las cuales consumió cervezas y cigarrillos con el mismo ritmo y parsimonia de quien realiza un trabajo maquinal y aburrido.
Para la primera copa me entregó al pagar un billete de diez euros y le devolví nueve. La cerveza en este bar es barata, así que por aquélla razón matemática y viendo el ritmo que llevaba supuse que acabaría gastando los diez euros, pero a aquellas alturas había perdido la cuenta de las que le había servido. Aquellas cosas deberían darme lo mismo. Mi trabajo es despachar y no estar pendiente de lo que consume nadie y menos criticarlo, pero aquella chica sin tener ningún encanto, desde que entró me había llamado la atención. No era guapa ni alta ni iba bien vestida ni mostraba nada para ser especial. Solo que yo la veía desvalida, como un perrillo abandonado que no sabe para donde mirar. Y estaba especialmente sensiblero.
Al poco rato entró un chico y se dirigió hacia donde ella estaba, le habló como si le pidiera algo y parecía ofuscado. Ella negaba con la cabeza y luego él se marchó como si nada. Ella apuró su vaso de cerveza, se levantó y pidió otra, esperando en la barra a que la atendiera. Cada vez que retiraba su vaso dejaba un euro en el mostrador.
Mientras tanto yo, cuando no tenía nada que hacer, seguía fijándome en ella manteniendo la discreción propia del buen camarero. Pero lo que más me sorprendía de ella era su abandono, la tristeza que emanaba de aquel cuerpo pequeño y desolado.
Encendía un cigarro tras otro, pero apenas fumaba. La ceniza del cigarro terminaba cayendo al suelo ante su pasividad y cuando notaba el calor cerca de sus dedos dejaba caer la colilla o la aplastaba distraída sobre el cenicero de coca cola. Sobre le mesa que ocupaba descansaba un paquete de tabaco negro y un encendedor de gas con el que a veces se distraía jugando con él entre las manos.
En un momento determinado vi que buscaba algo en su bolso. Tenía un cigarro apagado colgando de su boca y aquella figura me disgustó. Destruía de golpe la imagen de bondad que yo le suponía. Primero, con indolencia metió una mano y rebuscó a tientas sin mirar en su interior. Después abrió la gran boca del enorme bolso de tela vaquera e hizo una búsqueda más exhaustiva, sacando algunas cosas que dejaba sobre el velador. Por último, y al no encontrar lo que buscaba, vació todo el contenido del bolso sobre la mesa. Pensé que buscaba el mechero y me acerqué para ofrecerle fuego, suponiendo que el suyo estaría falto de gas, pero no lo aceptó. Entonces me fijé en sus ojos y vi que tenía la mirada cargada de vacío y desvaída, abotagada de humo y de cerveza.
Después recogió con urgencia todas sus cosas en el bolso, se lo cargó a la espalda y salió caminando con cuidado. Parecía mareada y mucho más pequeña que cuando entró. Sólo cuando la perdí de vista acudí hasta la mesa que había ocupado, cargado con la escoba y el recogedor para limpiar las cenizas, y allí, entre ellas, pesada y redonda, una moneda de un euro se hacía la remolona para entrar al basurero. Me agaché y la recogí, y salí a la calle mirando hacia donde la había visto marchar, aunque estaba seguro de que ya no la vería.

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